El agua de una fuente cercana al monumento de un cantaor le daba al entorno la frescura justa para que cada rato fuera más gratificante. Los bares y los comercios seguían su curso mientras que el relax de la tarde pasaba sin hacer ruido.
Unos momentos después, había llegado un hombre, gacho por la edad, de piel vencida y mirada escasa. Sentándose en uno de los bancos, las palomas en sus carruseles de vuelos le saludaban amablemente, al meterse su mano en uno de los bolsillo y sacándola llena de trigo, se la mostraba con ternura. Tenía en sus ojos la profundidad de la razón y el saber de la historia. El encantamiento de los abuelos y la sólida estampa de haber cumplido con la vida.
Desde una distancia de cuatro bancos, le observaba y era para mí, el descubrimiento en la costumbre del amor y la naturalidad con que las palomas tomaban de su mano los granos. Todo un lujo para mis ojos y todo un obsequio para compartir horas de ocio y de devoción. Sentí la urgencia de la metáfora y la conexión de mi cuerpo ante tanta hermosura, y encontré por unos momentos la atmósfera justa para acomodarme y saber de otras filosofías que enriquecen y agrandan los sentimientos del ser humano.
De estampido y sin casi darme cuenta, las palomas que disfrutaban de aquellas manos tranquilas y amorosas, dejaron sin espera al hombre sencillo y amable que las alimentaba.
-La Razón estaba clara-
La llegada de varios zagalones con litronas y otros enseres colgados de sus levitas, así como las capas que usaron cuando eran “tunos” en la Universidad, hizo que cambiara el ambiente y hasta el olor de la brisa que acariciaba la tarde.
Pronto se iba a iniciar una escasa conversación entre el hombre y el dominador del corrillo. Su lenguaje no ofrecía crédito alguno y su ánimo, como el resto del grupo, estaban mezclados de risotadas y burlas, mientras que, el hombre tranquilo no dejaba… de mover la cabeza en actitud de resignación.
¡Eh abuelo, está usted bien! ¿En vez de darle de comer a las putas palomas, por qué no nos da unas “pelas” para unos tragos, usted, para qué quiere ya el dinero? El hombre, con algo de miedo, le contestó como pudo haciendo esfuerzo en sus palabras, pausadamente, y en su tono de voz cargada de años, llenó de vida todo el jardín como si se tratara de un canto.
Soy un anciano, que si bien es verdad, no necesito mucho, pero, no olvidad que la vida pasa como un soplo, y lo que hoy no veis, mañana será tarde para corregir el error.
Espero que vosotros tengáis la suerte de llegar a viejo como yo, y al menos, la alegría de poder ofrecer unos granos de trigo, con amor, a estas palomas que, cada día, cuando llego a mi banco es la única familia que me saluda y me ama.
He pasado de todo en la vida, de la que no me quejo, de la que me dio el amparo y del pequeño sustento que hoy disfruto con la tranquilidad de estos tiempos.
Nada tengo que añadiros, hacer lo que os venga en gana, pues ya no tengo ningún miedo. Si queréis, tomad lo único que tengo, que es bien poco, aunque para mí, me llega de un día para otro.
En ese momento, los zagalones se miraron como nunca lo habían hecho, y sin cruzar palabras, con un gesto de arranque, bajaron las cabezas, recogieron sus mochilas, sus harapos, y sus cuerpos se pusieron en disposición confusa de marcha.
El sol se estaba yendo pensativo y en silencio, mientras que el más alborotador del grupo se volvió, se descolgó su capa, a la cual le tenía aprecio, y como si fuera unos de sus preferidos nietos, al hombre tranquilo y viejo le dijo adiós, lo arropó con mimo entre su capa, y a la vez le estampó en la mejilla un beso.